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Cantuña


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Publicación El Comercio de Cantuña

La Leyenda Cuenta la leyenda que en la antigua Ciudad Colonial de Quito, vivía entre tantos, un indio llamado Cantuña. Hombre hábil en el arte de la cerrajería, carpintería y en especial de la albañilería. Fue contratado por los Frailes Franciscanos para la construcción del Atrio del Convento Máximo de San Francisco de Quito. El indígena comenzó la construcción del atrio pero lamentablemente el tiempo que disponía era muy corto. Pasaron los días y la construcción aún faltaba de terminar por lo que Cantuña poco a poco empezó a desesperarse. Llegó el momento en que faltaba tan sólo un día para la entrega de la obra, y el atrio aún no estaba culminado. Al verse impotente ante la falta del compromiso adquirido, Cantuña cayó en desesperación y la aflicción se apoderó de él. En esos precisos momentos, se apareció ante el asustado indígena, subiendo desde las sombras más oscuras de las tinieblas, "Lucifer", el amo y señor del infierno.

Caja Ronca

En Ibarra se dice de dos grandes amigos, Manuel y Carlos, a los cuales cierto día se les fue encomendado, por don Martín (papa de Carlos), un encargo el cual consistía en que llegasen hasta cierto potrero, sacasen agua de la asequia, y regasen la sementería de papas de la familia, la cual estaba a punto de echarse a perder. Ya en la noche, muy noche, se les podía encontrar a los dos caminando entre los oscuros callejones, donde a medida que avanzaban, se escuchaba cada vez más intensamente el escalofriante "tararán-tararán". Con los nervios de punta, decidieron ocultarse tras la pared de una casa abandonada, desde donde vivieron una escena que cambiaría sus vidas para siempre... Unos cuerpos flotantes encapuchados, con velas largas apagadas, cruzaron el lugar llevando una carroza montada por un ser temible de curvos cuernos, afilados dientes de lobo, y unos ojos de serpiente que inquietaban hasta el alma del más valiente. Siguiendole , se lo podía ver a un individuo de blanco semblante, casi transparente, que tocaba una especie de tambor, del cual venía el escuchado "tararán-tararán". He aqui el horror, recordando ciertas historias contadas de boca de sus abulitos y abuelitas, reconocieron el tambor que llevaba aquel ser blanquecino, era nada más ni nada menos que la legendaria caja ronca. Al ver este objeto tan nombrado por sus abuelos, los dos amigos, muertos de miedo, se desplomaron al instante.Minutos despues, llenos de horror, Carlos y Manuel despertaron, mas la pesadilla no había llegado a su fin. Llevaban consigo, cogidos de la mano, una vela de aquellas que sostenían los seres encapuchados, solo que no eran simples velas, para que no se olvidasen de aquel sueño de horror, dichas velas eran huesos fríos de muerto. Un llanto de desesperación despertó a los pocos vecinos del lugar.En aquel oscuro lugar, encontraron a los dos temblando de pies a cabeza murmurando ciertas palabras inentendibles, las que cesaron después de que las familias Dominguez y Guanoluisa (los vecinos), hicieron todo intento por calmarlos. Después de ciertas discusiones entre dichas familias, los jóvenes regresaron a casa de don Martín al que le contaron lo ocurrido. Por supuesto, Martín no les creyó ni una palbra, tachandoles así de vagos. Después del incidente, nunca se volvió a oir el "tararán-tararán" entre las calles de Ibarra, pero la marca de aquella noche de terror, nunca se borrara en Manuel ni en Carlos.Ojala así aprendan a no volver a rondar en la oscuridad a esas horas de la noche.

La Dama Tapada


La leyenda nos cuenta la historia de una dama que aparecía alrededor de la media noche pero solo se les aparecía a trasnochados borrachitos a la altura del cementerio antiguo, Boca del Pozo, al bajar de la iglesia de Santo Domingo en la ciudad de Guayaquil.
Esta joven solo perseguía a mujeriegos luciendo hermosos atuendos entre estos un elegante vestido negro de la época y un muy bonito velo que cubría su rostro, el cual no permitía ser reconocida por sus víctimas.
La leyenda cuenta que la dama emanaba a su entorno una fragancia muy peculiar a nardos y violetas, así de esta manera seduciéndolos y haciéndolos entrar en trance o dejándolos hipnotizados, obligándolos así a seguirla, pero este personaje no permitía que se le acercasen a menos de un metro. Los mugeriegos impactados por su belleza la perseguían sin percatarse a que lugar se dirigían, llegando así al Cementerio General, lugar en el cual la dama se disponía a descubrirse el rostro, diciendo estas palabras: Ya me conoce usted como soy, Ahora si quiere seguirme, sígame. En instantes su rostro tan hermoso se iba descomponiendo hasta llegar a ser una calavera, de la que fluía olores nauseabundos. Al ver esto las víctimas quedaban impactadas y morían algunas por el susto, otras por el olor pestilente. Muy pocos sobrevivían los que fueron calificados por la cultura popular como tunantes. Ella después de aparecer de esta manera seguía su camino hasta desaparecer.



Gallo de la Catedral


Había una vez un hombre muy rico que vivía como rey. Muy temprano en la mañana comía el desayuno. Después dormía la siesta. Luego, almorzaba y, a la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle. Bajaba a la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral y burlándose le decía:
- ¡Qué gallito! ¡Qué disparate de gallo!
Luego, don Ramón caminaba por la bajada de Santa Catalina. Entraba en la tienda de la señora Mariana a tomar unas mistelas.
Allí se quedaba hasta la noche. Al regresar a su casa, don Ramón ya estaba coloradito.
Entonces, frente a la Catedral, gritaba:
- ¡Para mí no hay gallos que valgan! ¡Ni el gallo de la Catedral!
Don Ramón se creía el mejor gallo del mundo! Una vez al pasar, volvió a desafiar al gallo:
- ¡Qué tontería de gallo! ¡No hago caso ni al gallo de la Catedral!
En ese momento, don Ramón sintió que una espuela enorme le rasgaba las piernas. Cayó herido.
El gallo lo sujetaba y no le permitía moverse. Una voz le dijo:
- ¡Prométeme que no volverás a tomar mistelas!
- ¡Ni siquiera tomaré agua!
- ¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme!
- ¡Ni siquiera te nombraré!
- ¡Levántate, hombre! ¡Pobre de ti si no cumples tu palabra de honor!
- Gracias por tu perdón gallito.
Entonces el gallito regresó a su puesto.
¿Cómo pudo bajar de la torre si ese gallo es de fierro?
Ya pueden imaginarse lo que sucedió: los amigos de don Ramón le jugaron una broma, para quitarle el vicio de las mistelas.

lunes

Cantuña



La leyenda comieza en la antigua Ciudad Colonial de Quito, vivía entre tantos, un indio llamado Cantuña. Hombre hábil en el arte de la cerrajería, carpintería y en especial de la albañilería. Fue contratado por los Frailes Franciscanos para la construcción del Atrio del Convento Máximo de San Francisco de Quito.
El indígena comenzó la construcción del atrio pero lamentablemente el tiempo  que disponía era muy corto. Pasaron los días y la construcción aún faltaba de terminar por lo que Cantuña poco a poco empezó a desesperarse.
Llegó el momento en que faltaba tan sólo un día para la entrega de la obra, y el atrio aún no estaba culminado. Al verse impotente ante la falta del compromiso adquirido, Cantuña cayó en desesperación y la aflicción se apoderó de él. En esos precisos momentos, se apareció ante el asustado indígena, subiendo desde las sombras más oscuras de las tinieblas, "Lucifer",  el amo y señor del infierno.
El miedo y la deseperación se apoderaron de Cantuña al ver la imagen de tan temible ser, el cual con voz profunda y ronca exclamó:
- ¡CANTUÑA!.  ¡Aquí estoy para ayudarte!. Conozco tu angustia. Te ayudaré a construir el atrio incompleto antes que aparezca el nuevo día. ¡A cambio,  me pagarás con tu alma! 
 diablo 
Ante tal propuesta y producto de la desesperación y el miedo, Cantuña aceptó el trato, solamente pidió una condición, que sean colocadas absolutamente todas las piedras. El Demonio aceptó, le pareció una condición absurda y simple de cumplir.
Inmediatamente los "Diablillos" a órdenes de Lucifer empezaron a construir el Atrio de San Francisco y en pocas horas fueron dando forma a la monumental obra arquitectónica.
Efectivamente, al pasar las horas, el Gran Atrio estaba culminado. Tal como lo ofreciera Lucifer, la obra se culminó antes de la media noche, fue entonces el momento indicado para cobrar el alto precio por la construcción, el "alma de Cantuña".
Sin embargo pasó algo inesperado..., el Demonio al momento de prestarse a llevarse el alma del Indio, éste lo detuvo con una timorata actitud...
- ¡Un momento! ¡un momento!  - dijo Cantuña.
- ¡El trato ha sido incumplido!  Me ofreciste colocar hasta la última piedra de la construcción y no fue así. Falta una piedra. ¡El trato ha sido incumplido!
En aquel momento Cantuña sacó, debajo de su poncho, una roca que la había escondido muy sigilosamente antes de que los demonios comenzaran su obra. Lucifer, atónito, vió en instantes como un simple mortal le había engañado de la manera más simple. Cantuña salvó de esta forma su alma, y el Demonio sintiéndose burlado, se refugió en los infiernos sin su paga, no sin antes insultar y maldecir al indígena Cantuña por el agravio.
De este modo, el gran Atrio que se levanta solemne en el pretil del Convento Máximo de San Francisco de Quito, fue construído manteniéndose infranqueable ante los avatares del tiempo y de la gente para ser orgullo perpetuo de todos los quiteños y ecuatoria
nos.